martes, enero 17, 2006

Epílogo a una crónica de infamia

-ER..URR… NO NO TENGO ENCENDEDOR BRODER PERO TOMA MI FALLO!

Al menos el idiota sirvió para algo. Siempre que prendo un cigarrillo con el de otro me cuido de encenderlo bien porque es recontra incómodo volver a pedir fuego sabiendo que no hay encendedores cerca. Mi truco es soplar bien mi pucho; me da asco pensar que a través de ese ligero toque pueda estar sorbiendo algo que ha estado en contacto con el sucio aliento de un desconocido. Soplo bien mi cigarrillo y aspiro fuerte, pero esto último en el aire.

Otra cosa que hago es tratar de encenderlo bien por todos los bordes. Detesto que queden “cachos” y a pesar de que no creo en el significado atribuido a esas cojudeces, también soy un tipo atento a las señales con las que el destino se burla de nosotros… y prefiero no darle ese gusto. Estoy pensando en eso y veo de repente a una de las amigas de Evita deslizarse entre la gente.

A ella no la veo pero su olor ya debe de estar. Mientras esté probablemente dando la vuelta de rigor por el local, su olor debe estar ya reptando por las paredes, arrastrándose por el suelo, esquivando cuerpos, brazos, piernas, escurriéndose por todo el lugar hasta llegar al rincón donde me encuentro fumando un cigarrillo, hasta encontrarme.

Pero eso no sucede.

No me ha visto, su olor se ha marchado. El destino se vuelve a burlar de mí contrariamente a todas mis precauciones. A pesar que me quedé muy quieto en mi sitio esperando que su olor me atrape y me devore, que me haga olvidar la cólera, que me desaparezca. No me ha visto, ni yo a ella.

Permanezco inmóvil… por inercia. En mi estatismo algo se está moviendo a carcajadas. Es el destino riéndose de nuevo, el celular vibrando en mi bolsillo. Es ella, está afuera. Salgo. Es ella. Está con una amiga; insubstancial detalle. Es ella. La beso. Me abraza fuerte con todo su olor. Me traga con su efluvio y con sus labios. La quemo con el cigarro.

Escucho una última risa del destino alejándose. Ha terminado por hoy conmigo y se adentra en las entrañas del oso a buscar otra víctima.

Nos metemos también siguiéndole los pasos, pero perdiéndonos en la espesura. Bailamos en la oscuridad. Ella aleteaba de la misma forma en que hizo que mi cuerpo se enamorara del suyo la vez primera. Yo he recobrado mi fuerza.

Esa misma noche pepearon a Alicia y sus heroicos ángeles guardianes la salvaron de los arrebatos del mal. Es curioso, pero el destino tiene diferentes bromas para cada uno y escoge de sarcástico modo a sus víctimas. No me alegro por eso. Sólo pienso que a veces las cosas suceden por algo.


Horas más tarde dejo en su edificio a mi hada. He sido devorado y desaparecido por sus irresistibles emanaciones mientras la embriaguez y sus vapores hacen lo propio con mi espíritu. Me quedo hasta que ya es hora de irme. Es sábado.

Pero esta vez, sólo soy yo el que sonríe.